sábado, 12 de febrero de 2011

1. El niño



No es tan cierto eso del niño interior, algunos hombres lo llevan también por fuera.


Siempre pensé que de tener una hija le compraría muñecas que se parecieran a ella, ya saben, si llegara a ser baja, alta, gorda, flaca, blanca, morena, dientuda, la muñeca también lo sería; porque cuando yo era chica sólo tenía Barbies, y en esa época no había diversidad, todas las Barbies eran rubias, de ojos azules, altas, delgadas, y más que jugar, yo incubaba  esa fascinación hacia cierto prototipo físico; tenía una casita de muñecas rosada que parecía albergar una reunión del Tercer Reich.
 Creo que por eso, en aquellos años en el jardín de infantes, las que se llevaban toda la atención eran las niñitas ricitos de oro de miradas claras, hasta mis propios padres se detenían a rendirles pleitesía, Ay, qué belleza es una muñequita, ¿quieres un caramelo? En la escuela primaria, la selección física persistía, pero a la vez hubo un poco más de apertura, ya no hacía falta tener una belleza obvia, bastaba con ser algo linda pero con mucho dinero como para festejar un gran cumpleaños y así podías ser parte del grupo. Y yo no tenía nada de eso, además era rellenita (por no decir silueta de salchichón), y llevaba unos anteojos horribles, a veces quería pensar que se parecían a los de Lennon, pero en la escuela me hacían saber que en realidad se parecían a los de Mr. Magoo, de cuando se ponía detrás de las OO. Mi mamá me obligó a hacerme un recorte taza para evitar los piojos, y ya con eso a la gente le costaba saber si yo era niño o niña.
En medio de ese contexto elitista escuelero, tuve la desdicha de enamorarme del típico chico dorado, ustedes saben, onda Justin Bieber; de hecho, todas las niñas suspirábamos por él, ¿y cómo no hacerlo? Si era como el muñequito Ken (hueco y todo). Así que como podrán anticiparlo, me rompieron el corazón desde muy joven.
Mi enamoramiento fue descubierto en plena aula por culpa de una cartita que se me cayó de la mochila (ni siquiera pensaba entregarla), el niño tuvo tanta vergüenza a las burlas que me dijo frente a todos que yo era una gorda fea y que nunca iba a ser mi novio.
           En aquel tiempo estaba tan cegada por el amor, que sólo pude seguir pensando cosas positivas de él, como que el pequeño Ken no sólo tenía razón sino que tenía por dentro un corazón bravo y una personalidad fuerte y bien definida por decirme mis verdades en público; típico razonamiento desviado de la mujer que no quiere admitir que se ha enamorado de un patán.
           Algunos podrán decirme que la reacción del niño fue nada más que por eso, porque era un niño; sin embargo, muchas de nosotras sabemos que algunos, aunque pasen los años, nunca se hacen hombres.
Del niño aquel aprendí a reconocer a los hombres que nunca van a crecer, no me refiero a los que conservan la actitud tierna y espontánea de los niños, sino específicamente a esos hombres que te rompen el corazón por inmaduros.
Lloré de desilusión hasta los diecinueve años, llegué a pensar que nunca más iba a amar a nadie, pero a medida que pasaba el tiempo, yo me hacía más guapa y él se hacía…, él seguía igual. Luego conocí a otro chico, cinco años mayor y me olvidé de él.

A los diecinueve, salí con este chico que a simple vista parecía un hombre, se dejaba la barba, había terminado la universidad, ya trabajaba, iba al gimnasio y su cuerpo en nada se parecía al baby del que estuve enamorada durante toda la escuela.
Llamemos Peter a mi primer novio, por Peter Pan, aunque la apariencia de Peter Pan no te engaña, así que una sabe a qué atenerse si sale con él. El caso con mi Peter fue que  yo hasta estuve dispuesta a perder la virginidad con él por el simple hecho de que devolvía mis llamadas. Yeah, eso debía ser amor.
A esa edad yo era la envidia de mis amigas, ¡estaba saliendo con un tipo de veinticinco! Lo que no sabía era que para él era aun más emocionante o digno de contar entre sus amigos que estaba saliendo con una virgen de diecinueve.
Para su cumpleaños número veintiséis fuimos a un bar con sus amigos, y apenas comenzaron a tomar, me di cuenta de que me encontraba dentro de un corralito de niños, atrapada entre los Rugrats. Sus amigos y amigas sabían todo sobre nosotros, y las bromas de la noche giraban en torno a mi “regalo”, sus amigos diciéndome Vamos ya es hora, Pobrecito tiene ganas, es su cumpleaños, Ya estás grande para seguir siendo virgen, y otros comentarios por el estilo.
Lo aparté del grupo para hablarle, le pregunté por qué había hablado sobre nuestras cosas íntimas, le dije que me sentía incómoda con esos comentarios. Cada vez que lo pienso, me da pena verme tan ingenua en mis flashbacks. Él me dijo que no había dicho nada, que sus amigos nada más estaban jugando, supuestamente lo adivinaban todo; después me pidió perdón y que no le arruinara el cumpleaños. Con mi inexperiencia caí en su manipulación, nadie pide perdón por algo que no hizo, y lo de “no arruines mi cumpleaños” era claramente un vuelco de culpabilidad, él se había equivocado, pero luego de llamarle la atención, él hizo que sintiera que él era la víctima. Así que fuimos a sentarnos, esta vez con la pelota en su cancha, yo pasé la noche riéndome de cosas que deberían de haberme humillado, pero para no arruinarle la fiesta le seguí la corriente al grupo, a tal grado me dejé llevar que terminé entregándome a ese niño con barba. Los argumentos de los borrachitos terminaron por convencerme; para el final de la noche, las bromas de los amigos me sonaban diferente, completamente razonables, “era su cumpleaños y yo ya estaba grande”.
Es cierto, yo era mayor de edad, él era mi pareja y yo estuve de acuerdo; sin embargo, recuerdo perfectamente que tenía miedo y no me sentía preparada; además el ambiente, el lugar, el estado de Peter, no era lo que yo habría esperado; sin embargo las bromas de sus amigos resonaban en mi cabeza como razones válidas para reafirmar mi decisión. Ahora pienso que en realidad esas bromas no se diferenciaban en nada de las medidas de presión. Vamos, creo que a Julián Assange lo demandaron por menos que eso.
En los días siguientes ambos habíamos cambiado un poquito, yo estaba más enamorada de él y muy feliz de ser su novia, no tenía ningún sentimiento de arrepentimiento, al contrario, sentía que debía estar con él para siempre. Y cuando digo siempre, es siempre. Me había vuelto más pegajosa, más ilusa, y no dejaba de verme a mí misma criando a nuestros hijos, nietos, envejeciendo en una casita  junto al mar, y luego siendo enterrados juntos en un mismo ataúd. Me habría cosido a él si hubiese podido, y él lo sabía. Ahora sé que eso no era amor, simplemente estaba siendo patética. Nadie debe sentirse encadenado sólo por sexo, pero piedad, porque una nunca llama ‘sexo’ al acto de perder la virginidad, eso siempre es amor. Come on!
Peter estaba tan seguro de que yo no lo dejaría por nada y sinceramente creo que eso le cagaba, era como si jugara a probar mi resistencia todo el tiempo. Él apostaba en forma de broma (muy cruel) que yo no lo dejaría hiciera lo que hiciera.  Cuando veía a sus amigas o hermanas, ellas me decían cosas como Eva, no le des cuerda.  
A veces me pedía que lo ayudara con su trabajo, y yo lo hacía, por las noches pasaba a computadora sus planillas o notas de trabajo. Un viernes me dijo que tenía que entregar pilas de documentos por la mañana siguiente, y que se sentía muy enfermo, me preguntó si yo podía ayudarlo, pero él ya sabía que yo diría que sí. Me envío un maletín con papeles a través de un compañero de trabajo, y yo me puse a trabajar toda la noche. Pasada la medianoche, una amiga me llamó a preguntar por qué yo no estaba con Peter, obviamente no sabía a qué se refería, y ella dijo, él está acá en el mismo bar que yo.
Así como estaba, sin arreglarme ni nada fui al bar, llevando todo el trabajo que había hecho, puse los documentos sobre la mesa y le dije ¿Así que enfermo, no? Pero esto no termina ahí, no creerán como él resolvió la situación a su favor.
Me dijo que yo era una controladora, que seguramente lo andaba espiando, me gritó frente a todas sus amigas y amigos que estaban con él en el bar, ni siquiera se dignó en levantarse y hablarme afuera, se quedó sentado gritándome, diciéndome que yo no lo dejaba respirar, que estaba cansado de mí. Entonces me vi a mí misma, parada en medio de ese bar un viernes por la noche, con mi pijama y zapatillas, con ojeras y encima mis anteojos geek, sin ninguna gota de maquillaje, con el pelo enredado sujetado sólo con un lápiz, y él terminando la relación desde una mesa con chicas guapas, maquilladas, con blusas ajustadas y escotadas que se reían de mí por detrás de sus botellas y otras personas que me miraban con lástima. Me sentí como esa niña-niño con recorte taza y anteojos enormes siendo rechazada frente a todos sus compañeros en la escuela. Me sentí fatal.
Él terminó conmigo y me hizo sentir culpable, me encerré durante semanas en mi casa a llorar, todas las cosas me recordaban a él, hasta llegué a arrepentirme de ir al bar. Caí tan bajo que me decía a mí misma que debí haberme quedado a terminar el trabajo y que debía haberlo dejado divertirse en el bar, que seguramente lo necesitaba. Esperaba su llamada, y estaba preparada para decirle que me perdonara, pero él nunca llamó. Para mi sorpresa el que llamó fue uno de sus amigos, para invitarme a salir, le dije que yo seguía enamorada de Peter y que lo estaba esperando de vuelta, y él me dijo ¿Extrañás los paseos en colectivo a hora pico? ¿O ir a ver películas por las noches con un tu faldita corta? Le pregunté a qué se refería, y dijo, Ey, él nos contaba todo.  Resulta que Peter no sólo contaba detalles de nuestras ‘aventuras’, sino que las exageraba dejándome a mí como la fácil del siglo; y sus amigos, que sabían que ya habíamos terminado, ahora veían la posibilidad de probar por ellos mismos todo lo que Peter había contado sobre mí.
Me sentí humillada y decepcionada, pregunté en qué me había equivocado para que termináramos así, yo realmente pensaba que al menos al principio me amaba y respetaba. Con los años me di cuenta que mi verdadera equivocación fue no haber terminado con él cuando descubrí los primeros indicios de su inmadurez, cuando no me apoyó frente a los demás, ni hizo que me respetaran. ¿Cómo pude creer que si no le importara que otros me faltaran al respeto, él si me iba a respetar?
Antes de colgar, su amigo lo resumió todo: Todo el tiempo estuviste con un boludo y no te diste cuenta.

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